lunes, 25 de mayo de 2009

The Yellow Kid

Ahora que los timos y estafas por parte de políticos, banqueros y especuladores están a la orden del día no está de más recordar una clase de estafa bien distinta. En este tipo de timos no se pretende desplumar a cientos de familias de golpe o arruinar a un puñado de inversores. Al contrario, es suficiente con una sola víctima. Tampoco la buena fe forma parte de esta historia. La buena voluntad es el peor enemigo de este tipo de golpes, la víctima debe creer que ella misma es cómplice del timo. El estafado tiene que creerse estafador y cuanto más ambicioso sea mejor. Esta es una pequeña historia de las estafas más famosas de un grande en este rubro, sin nada que envidiarle al protagonista de la entrega anterior: Joseph “the yellow kid” Weil.

Weil comenzó su andadura en el mundo de la estafa con un auténtico clásico: los remedios milagrosos. Nacido en Chicago, pronto fue un habitual de las ferias y circos. Allí ofrecía sus brebajes maravillosos y otros tónicos capaces de curar cualquier dolencia. Este timo, habitual hoy en día hasta en las ventas por tv no tardó en aburrir a Weil. Quizá la razón fuera la naturaleza de esta estafa, en la que lo principal es aprovecharse de la inocencia de la víctima, lo que le llevó por otros caminos. En sus memorias confesó que cada una de sus víctimas tenía un timador en su interior, hecho más que demostrado en sus múltiples logros. A continuación, una de sus estafas “simples”, recién iniciada su carrera:

Un bar cualquiera en Chicago. Principios de siglo. El camarero atiende a los clientes, limpia la barra y da conversación a los borrachos cuando un extraño personaje cruza la puerta. Tiene cara de preocupación y, lo que es peor, de querer compartir esa preocupación con alguien. Resignado, asumiendo que gran parte de su trabajo consiste en escuchar las penas de otros, el camarero se acerca dispuesto a atender al nuevo cliente. El extraño resulta tener acento extranjero y tras un par de cervezas confiesa la causa de su desgracia. Ha perdido su perro hoy mismo. Pero no un perro cualquiera. Ha perdido un perro de raza muy fina y pura, más encima escaso. Se le escapó hace unas horas por el barrio y todavía no ha podido dar con él. El hombre, entre sollozos, habla maravillas de su mascota. En Europa es considerado un perro de aristócratas, solo la creme de la creme puede permitirse tener uno de ellos. El camarero sospecha que quizá tenga ante él a un noble europeo y comienza a interesarse por la conversación, quizá incluso invite al extraño a un par de copas.
Antes de irse, el extranjero hace una descripción detallada del animal y pide al camarero que pregunte por él a sus clientes. Ese perro es irremplazable y está dispuesto a pagar quinientos dólares a quien le ayude a recuperarlo. El extraño promete volver al día siguiente para ver si hay alguna noticia sobre su valioso can.

Horas después, ese mismo día, un nuevo cliente entra en el bar. El tipo es la afabilidad en persona. Con una sonrisa de oreja y un tono de voz que inspira confianza parece la clase de persona a la que dejarías al cuidado de tus hijos o el vecino al que darías una copia de la llave de tu casa. Es Joseph Weil.

Mire que suerte he tenido! -dice el nuevo cliente tras sentarse y pedir una copa-. Acabo de encontrar este perro vagando a un par de calles de aquí. Y debe ser un buen perro pues tenía collar y todo.

El camarero no da crédito a lo que ve. ¡Es el perro que buscaba el cliente anterior! La verdad es que a él le parece un vulgar perro callejero pero no cabe duda de que su descripción coincide exactamente con la que le hizo el extraño aristócrata.
El camarero, inmediatamente, inventa alguna excusa que justifique su interés en el animal:
La verdad es que vivo solo y no me haría mal un poco de compañía. Le pagaré cien dolares por el perro
Pues lo cierto es que, en poco tiempo, ya he cogido cariño a este animal. Me daría pena deshacerme de él- responde Weil mientras acaricia la cabeza del perro
Que sean doscientos dólares entonces- contesta el camarero

Y bueno, el final de la historia se los podrán imaginar: Weil obtuvo un fajo considerable de billetes para la época y el camarero creyó que había hecho el negocio del siglo, pero que en realidad pagó un dineral por un simple perro vagabundo como cualquiera de esos que abundaban.
Con timos menores como éste Weil fue haciendo carrera en los bajos fondos de Chicago.
Pronto conoció a otros estafadores con los que se asociaba a menudo como Frank Hogan, con quien formó pareja en 1903. Esta asociación es el origen del mote con el que es conocido Weil. Yellow Kid era un famoso personaje de comic norteamericano a quien siempre acompañaba su amigo Frank Hogan. Pero Weil no solo era famoso entre los estafadores. A medida que sus timos iban volviéndose más elaborados Weil necesitaba de una gran cantidad de mano de obra. Se hizo amigo de rateros, prostitutas, carteristas, jugadores profesionales, mendigos... Todos conocían a Weil y estaban más que dispuestos a participar en sus montajes. Después de todo era una forma bastante divertida de ganar dinero y los planes de Weil raras veces fallaban

Hay otras estafas, aun más famosas, pero las dejaré para otra entrega, porque suelo recibir muchas críticas de lo mucho que escribo…


En el libro autobiográfico, Weil nos dejó una interesante frase de legado: "Nunca he timado a un hombre honesto, solo a granujas. Ellos querían algo a cambio de nada y yo les daba nada a cambio de algo."

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