viernes, 10 de julio de 2009

Nombres, colores, horrores...

¿Qué hay en un nombre? se pregunta Julieta Capuleto en un memorable diálogo con Romeo Montesco: al fin y al cabo, ¿acaso su amante no seguirá siendo el mismo aunque reniegue de su nombre? Llegados al punto en que el amor comienza a apestar a tragedia, a Julieta parece importarle un rábano el cambio de nombre de su enamorado: ¿Acaso la rosa pierde su perfume si la llamamos de otro modo?, llega a preguntarse para justificar su indiferencia onomástica.

La duda planteada es válida, pero hoy en día nos gusta pensar que hemos superado eso: tendemos a valorar a las personas por las acciones y no fijándonos en el nombre de quienes procede. Fijarse en la cuna del individuo es mal visto a la hora de juzgarlo. ¡Que pena que estemos lejos de hacer lo mismo con los colores! Al referirme a los colores y nuestra falta de criterio para juzgarlos, hablo de las obras que se realizan bajo los colores políticos: es increíble como una misma acción cambia tanto para los ojos de las personas dependiendo si se hacen bajo la bandera azul de la derecha o el rojo de la izquierda (curiosidad al margen, el sector más “izquierdista” en EU es azul; en Nicaragua tanto el partido de izquierda como el de derecha son rojos).

Así como Julieta se preguntaba qué hay en un nombre, yo pregunto: ¿Qué hay en un color? ¿Hasta donde es capaz de llegar el cinismo de la gente para justificar algunas cosas y condenar esos mismos actos pero que se realizan desde “el otro lado”?

Recordemos un poco de historia: entre las décadas de los 50’ y 80’ el mundo se vio en una guerra ideológica: 2 sistemas antagónicos e incompatibles entre sí luchaban por extenderse por todo el mundo: el bloque soviético y el bloque estadounidense. Esto generó gran inestabilidad en Latinoamérica y sin querer nos vimos todos como peones de estas superpotencias. En ese tiempo hubo en casi todos los países derrocamientos de los gobiernos que ejercían oficialmente (las duraciones de los gobiernos de facto han sido variables). Acá surge la primera curiosidad: elocuentemente, suele hablarse de “revoluciones” cuando los movimientos derrocadores se hacen bajo el alero del rojo. La más conocida es la cubana, pero hubo otras: en Nicaragua con los sandinistas, en Ecuador, en Guatemala, etc. Sin dudas es una palabra mucho más elocuente, agradable, intrigante e interesante que hablar de “golpe de estado”, como suelen ser los nombres que se achacan a los movimientos que se hacen bajo la bandera de la derecha (donde, aparte de Chile y Argentina, también ocurrieron en República Dominicana y Brasil por ejemplo)

La pregunta es obvia: ¿hay realmente una GRAN diferencia entre ambas situaciones? Si lo vemos fríamente: se pasaba por momentos complicados en muchos ámbitos: económicos, de desigualdad, etc. en prácticamente todos los países (independiente si los gobiernos de turno eran de izquierda o derecha). Vemos un gobierno de turno y un levantamiento, ya sea éste militar, “cívico-militar” o “cívico” a secas, pero cuyo fin último era acabar con el gobierno de turno y en el 99% de los casos, instaurar dictaduras, las cuales en su gran mayoría fueron bastante sangrientas.

Pongo un pequeño relato de lo que hacían unas personas en alguna de todas esas revoluciones y golpes de estado: “En esa guerra dolorosa (…), que convirtió en calvario los departamentos del norte, practicaban los rebeldes lo que se conocía como “el corte de chaleco”: con un afilado machete, se cortaban los miembros inferiores y superiores de la víctima, antes de cortarle la cabeza” (créditos para JRC). Horrible, ¿cierto? Para mí sí y en abstracto, posiblemente para ustedes también. ¿Cambiaría en algo el acto si les dijera que lo hicieron personajes encargados de dar golpes (por ende, de derecha)? Apostaría a que el pensamiento cambiaría radicalmente si los encargados de eso fuesen los que llevaron a cabo una “sangrienta pero necesaria revolución”. Para sacarlos de la duda, los rebeldes a los que se hacía mención eran sandinistas, por lo que quizás el hecho más de alguno lo sienta como “algo menos malo”.

Un fácil ejemplo de cómo cambian las cosas dependiendo del color: en la campaña presidencial, siempre se ha tenido el miedo irracional de “Piñera nos venderá como si fuéramos un supermercado”. Los miedos están más o menos justificados al decir Piñera que pretende vender el 20% de las empresas estatales. No haré juicio valórico al respecto, pero muchos de los que apoyan a Ominami deberán quedarse bien callados con la medida, porque él tenía pensado hacer algo similar aunque en menor grado (10%). Una misma acción con pequeños matices de diferencia, pero a uno se le justifica y al otro se lo condena (y obviamente, no será por la propuesta en sí misma, sino por el color de lucha que cada uno considere más cercano).

Otra muestra de ese cinismo lo hemos visto con nuestra querida presidenta Michelle Bachelet: condena enérgicamente el “golpe” en Honduras (leer tema anterior para información al respecto) y no hace falta aclarar que condena el golpe del 73’ ocurrido en Chile. Supongo que no hace falta que recuerde como salió corriendo detrás de Fidel Castro para sacarse la foto que probablemente mandó a enmarcar y tendrá con mucho orgullo. Aparte de la obvia diferencia que Pinochet se murió y Castro sigue vivo, lo único que veo de distinto nuevamente es el color, la bandera de lucha. ¿Los hechos? Exactamente los mismos: derrocamiento del gobierno de turno, instauración de dictadura, derramamiento de sangre, limitación a las libertades individuales y violación a los derechos humanos. Pero qué más da. Mientras uno tenga una boina, actúe bajo la bandera roja y use frases cliché al estilo “hasta la victoria siempre” o “socialismo o muerte”, se justifica cualquier acción.

Naturalmente acá me dirán que como comparo ambos hechos, que la revolución cubana fue para derrocar a un tirano que atendía a intereses extranjeros y otras cosas. A todo eso les digo que sí, pero el hecho es que ambas situaciones se hicieron pensando de parte de los golpistas que lo hacían por un bien para su país. Uno para librar al país de “las garras del capitalismo” y otro para liberar al país de “las garras del marxismo”. Y en derecho se aplica que, independiente de las intenciones, lo que cuenta para la sentencia es el balance final y en eso, las diferencias son mínimas, al menos en materia de violación de derechos humanos. Y más allá de esto: tomen cualquier golpe de derecha en Latinoamérica, no sólo en Chile. Las conclusiones son las mismas (sólo menciono a Chile por ser el ejemplo más cercano que tengo).

Mis lectores “rojos” no tienen por qué sentirse mal ni indignados por lo escrito acá: el cinismo también se ve fácilmente en los que están bajo la bandera azul: crucifican lo ocurrido en Cuba o Nicaragua, pero no dudan en hablar de la “necesidad” de tomar medidas en Chile (nuevamente el ejemplo más cercano, cámbienlo por cualquier país) para “arreglarlo”, aún a un “costo social elevado”. Sea cual sea el color o lo que busquen justificar las personas, no se si reír o llorar al escuchar esas justificaciones de las que casi nadie es libre.

¿Son mejores o peores las dictaduras de un bando u otro? ¿Se puede decir que una es “menos mala” que otra? ¿Los gobiernos de corte marxista instaurados a la fuerza fueron mejores que los de corte capitalista? La respuesta a eso dependerá mucho del propio color con el que uno se identifique. Y naturalmente, no habrá acuerdo al respecto ni pretendo encontrarlo acá. Preguntar si las ideas de la izquierda, que abogan mucho más por la igualdad que por la libertad es mejor que las de derecha, que buscan ampliar las libertades a costa de la desigualdad es una quimera y depende de muchos factores. Aún así, queda en evidencia algo: no hay sistema perfecto. Ambos tienen falencias y fortalezas (justamente el chiste de la democracia es la alternancia en el poder: la capacidad de que se desarrollen las libertades en un tiempo y en otro, que esos beneficios alcancen para todos). Ambos tienen suficientes virtudes para inflar el pecho y falencias que hacen que uno se ruborice de vergüenza.

Es interesante darse cuenta que los sistemas e ideas en sí mismas no son buenas ni malas. Son las personas las que son buenas y malas y ejecutan actos buenos y malos. Tenemos por ejemplo los sistemas de gobierno monárquicos, aristocráticos y democráticos cuya corrupción deriva a la tiranía, oligarquía y demagogia respectivamente. Las ideas que están detrás de la maquinaria azul o roja no son muy distintas a esto: cuando se aplica bien la noción derechista, se incentiva el esfuerzo personal y el instinto de superación. Su degradación implica el egoísmo y avaricia. Los sistemas de izquierda no son inmunes a esto: aplicados correctamente fomentan la solidaridad y preocupación. Cuando se corrompe, fomenta la envidia y la desidia.

¿Qué legado nos han dejado las dictaduras de América Latina? ¿Podemos fehacientemente decir que unas fueron mejor que otras? Lo dudo mucho. El coste social que significó fue altísimo independiente del color. Los logros obtenidos en la mayoría de los casos fueron bastante viciados: o se beneficia una elite económica (con la excusa del “se mejoró la economía en su conjunto”) o se hace un gobierno de migajas y circo barato, donde nuevamente las cúpulas dirigentes se llevan el trozo gordo y se deja a la población (parte de ella, otros miran más allá de las narices) con una falsa sensación de mejora a pesar de que está sumergido en la más absoluta mediocridad. Probablemente ese último comentario no le agrade a muchos lectores, pero las realidades que viven la inmensa mayoría en Cuba y Nicaragua (por nombrar unos ejemplos a la rápida) son bastante míseras. Y no es coincidencia que en casi todos los países que tuvieron la dictadura de un sector, en el retorno a la democracia se haya colocado en el gobierno “los del otro lado”: refleja el descontento de la gente. Refleja que no importa si se es rojo o azul, simplemente las cosas fueron un desastre y nadie quedó feliz.

Para ir finalizando, retomo la pregunta inicial: ¿Qué hay en un nombre? ¿Qué hay en un color? La respuesta, a la luz de lo expresado acá es lapidaria: todo. Un nombre, un color, una perspectiva permite que cambie totalmente la opinión de las personas respecto a un mismo hecho. No pido que cambien “su color”. Sólo pido que sean sinceramente críticos y cuando vean atrocidades en el mundo, recuerden que no es el color de lucha lo que hace que sea bueno o malo. Es la acción en sí misma lo que debe ser juzgado y el balance final determinará si se aprueba o no los hechos realizados…

1 comentario:

jose dijo...

http://www.latercera.com/contenido/674_158645_9.shtml

Gracias Michelle por aportar constantemente nuevas pruebas de lo planteado. 2 palabras: ¿Y CUBA?